#SIN TÍTULO
Mateo
es el tipo de adolescente “perfecto” para la sociedad. Ama el deporte y está en
muy buena forma, es buen amigo de sus amigos, amable, simpático e inteligente.
No va demasiado de fiesta, y cuando lo hace controla lo que bebe. No se droga y
no se mete en problemas. Ayuda en casa e intenta ayudar a otras personas
siempre que puede. Es sincero,
tolerante, honesto, responsable y respeta siempre a los demás. Además es
creyente y practica su religión yendo al templo de vez en cuando, orando en
casa y llevando una vida acorde a los valores y principios que le han enseñado.
Un
día mientras paseaba por las afueras de su pueblo, vio un rosal precioso en lo
alto de una colina. El acceso a él no era demasiado difícil, y sin embargo
nadie había cogido ninguna de sus rosas. Se quedó un rato mirándolo y aunque
tenía ganas de quitarle una de las flores finalmente decidió irse, pensando que
no estaba bien coger lo que no era suyo sin permiso. Unos días más tarde volvió
a pasar por el mismo sitio y allí seguían todas y cada una de las rosas de la
vez anterior. Aquellas que antes estaban abriéndose, ahora lucían en todo su
esplendor; mientras que las que aún estaban cerradas la primera vez comenzaban
ya a mostrar sus hojas al hermano Sol. Mateo tenía unas ganas enormes de
conseguir una de ellas, pero de la misma manera que el primer día, decidió
seguir su camino, aceptando que nunca las conseguiría.
Pasó
por allí muchos más días hasta que una tarde paró su bicicleta, la dejó tirada
en el suelo y comenzó a escalar la pared que le separaba de la planta. Se
manchó los pantalones y se lastimó en las manos, pero consiguió acceder a lo
más alto de la colina. Para su sorpresa, al lado del rosal había un monje
vestido con el hábito del monasterio cercano a su casa, sentado sobre una manta
estirada en la hierba y con los ojos cerrados. Desde allí tenía una vista
privilegiada del valle y sus alrededores, pero para verlo a él había que
escalar hasta la cima. Mateo se quedó quieto, sin saber qué hacer, mirando a
aquel hombre, cuando pasados unos segundos éste dijo: “Ya has aguantado más que
la mayoría. Casi todos los que vienen a por una flor se van nada más ver que
hay alguien vigilando el rosal”. El chico era incapaz de articular ni una sola
palabra del shock que le había producido encontrarse al hombre cuando iba a
robar una flor y que le estuviera hablando aún con los ojos cerrados. “Siento haberle molestado, y le pido
disculpas por intentar robarle una de sus flores” fue todo lo que alcanzó a
decir. El monje, sin mover ni un pelo, le respondió: “Puedes coger tantas
flores como quieras, pues son fruto de nuestra madre Tierra y ella no te pedirá
nada a cambio. El único aspecto que debes meditar es si prefieres llevarte una
de estas rosas que yo he regado, podado y mimado, o plantar un rosal en tu casa
y verlo crecer, cuidarlo y poder tener el orgullo que yo tengo de hacer a
muchos hombres escalar una colina para llevarse una simple flor”. Sin más,
Mateo le dio las gracias y se fue colina abajo con la convicción de poner en su
día a día las buenas acciones que, aún por el camino más largo y difícil, le
dieran la satisfacción del trabajo bien hecho y
llenaran su vida de paz y felicidad, justo lo que tenía aquel monje.
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El Gran Gigante Bonachón: nacido en 1991 en algún
lugar del norte de Galicia. Estudiante de Medicina en Santiago de Compostela,
pero gran amante de las letras.
- Su blog es: elgrangigantebonachon.blogspot.com.es