viernes, 25 de mayo de 2012

Pablo Fernández Mato

¿Qué más te da?

Últimamente siempre me siento en mi silla de escribir, delante de la mesa de pensar, en frente a la ventana de llorar, y miro a través de ella.
Últimamente siempre llueve, siempre está nublado y siempre es de noche. 
Fumo y fumo, supongo que tratando de ayudar a que la niebla tenga más fuerza y entereza que yo y me ayude a ocultarme de las calles, de las farolas, de los coches.

Si además ya nunca salgo a pasear, 
que más da que haga frío.
Si además no existe tal vacío, 
que más da querer saltar.

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Pablo  Fernández Mato: nací en 1991 en Santiago de Compostela. Estudio en el Centro Superior de Hostelería de Galicia. 

- Síguelo en el blog que escribe desde Enero de 2011:  http://apropositodehacerlomal.blogspot.com.es/

viernes, 11 de mayo de 2012

Sebastián Blanco Portals


El Experimento
 
   Me han encerrado en una habitación oscura. Las paredes son tan negras como el extenso océano, al igual que el suelo y el techo. Ha sido acondicionada previamente de forma que ningún ruido del exterior pueda alcanzarme: es el más perfecto remanso de paz al que jamás he sido destinado.
   Por fin puedo pensar aquí, y no pensar en nada al mismo tiempo. No hay nada que me estimule. Oscuridad total. El único sonido que percibo es el que produce mi corazón al latir. ¡Qué hermosa tranquilidad! Levanto mis pies del suelo al ritmo de la música inexistente y camino hasta que me choco con la primera de las paredes: sin duda, es un espacio cerrado.
   Retrocedo entonces unos pasos y me imagino en el centro mismo de la estancia, donde tomo la decisión de acostarme. El suelo está frío, y mi interior se agita de pronto al rozarlo con las yemas de los dedos. Es liso y firme, suave, perfecto. ¿Serán en verdad las paredes negras o simplemente habrán apagado la luz? La duda me inquieta.
   Cojo el lápiz que llevo en el bolsillo y me pongo a escribir. Palabras inconexas, incoherentes pensamientos que brotan de mi mano. Escribiré por toda la pared hasta que choque con la contigua, y entonces seguiré escribiendo en esta. Nadie podrá leer nunca lo que he escrito porque las paredes son negras, ¿o no hay luz?
   Me miro los pies y no veo nada: es la luz la que falta. El testimonio de un pobre loco podrá ser visto en cuanto alguien encienda una cerilla. Un momento… Siempre llevo cerillas encima. Me dispongo a encender una, pero la caja se me resbala al cogerla y cae. Arrodillado, las palmas de mis manos tantean el suave, firme, liso pero frío suelo. No hay rastro de los fósforos. Sigo mi búsqueda a ciegas, y de pronto mis dedos se encuentran con algo diferente. Parece metálico y tiene forma cilíndrica. El índice corretea con el corazón hasta alcanzar la parte superior del objeto, e inevitablemente se introducen en él: es un bote de pintura.
   Mi mano está manchada y mi cuerpo no tarda en seguir su rumbo. Me quito la camiseta lentamente, y la dejo caer a la vez que me deshago de mis pantalones. Ahora la ropa interior. Estoy desnudo de vestimenta y desnudo del mundo. Es hora de desnudar también mi alma. Llevo las dos manos hasta el extraño intruso y las baño. Las encamino ahora a mi pecho descubierto y traslado la pintura de una parte a otra. Me toco todo el cuerpo hasta estar completamente cubierto de color, pero ¿qué color? Me gustaría saber si es azul lo que me cubre o es rojo. O negro, negro como el aire de la habitación. Pero no puedo saberlo así que me limito a pegarme a las paredes, y me restriego dejando mi huella en todo aquello que toco. Mis pies marcan el camino que sigo. No puedo parar de correr de un lado a otro llenándolo todo de esmalte. Vierto ahora el bote completo por el suelo, y ya he perdido el lápiz.
   Acostado una vez más, tras el breve momento de euforia, disfruto del silencio y la oscuridad. Pero el silencio se rompe y oigo algo, un leve murmullo, un sonido apenas perceptible que se diferencia de mis latidos: alguien está hablando. Habla demasiado bajo o está excesivamente lejos, pero habla. Cada vez habla más alto y claro, y empiezo a comprender lo que dice. Oigo tu nombre. Sea quien sea quien dice tu nombre. En el más absoluto silencio lo único que escucho es la misma maldita palabra una y otra vez.
   Me pongo a gritar y a agitarme, tirado sobre un manto de pintura. Quiero que pare, pero cada vez el volumen es mayor y apenas oigo mis propios quejidos. Empiezo a correr de nuevo y me golpeo contra las paredes. Necesito salir de aquí, quiero que acabe esta pesadilla. Y sigo escuchando tu nombre.
   En medio del éxtasis y la confusión, se abre una puerta al fondo y se enciende la luz de la habitación. Dos hombres entran y consiguen agarrarme para sacarme de allí. A lo largo de las paredes, blancas, un solo nombre. La pintura es negra. El experimento ha fracasado.

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Sebastián Blanco Portals: nací en 1994 en Santiago de Compostela. Actualmente, estudio segundo de bachillerato en el IES Rosalía de Castro, donde he ganado el primer premio de Narrativa el curso pasado. Algún día me gustaría poder dedicarme a la dirección cinematográfica o, en su defecto, a cualquier forma de arte. Adoro la literatura en todos sus aspectos y mi novela favorita es La muerte en Venecia, de Thomas Mann. Tengo una extraña obsesión con las jaulas de pájaros y los búhos.