Qué lejos nos quedaba el
olvido. Qué pronto se hacía de noche.
Habíamos probado a pasar las
horas pensando, los dos en silencio, queriendo besarnos. Yo a tu derecha,
mirando aquel estropeado mueble de los años 60,
y tú con los ojos cerrados, esperando un abrazo.
La espera se nos hizo
eterna, y el silencio, abrumador. Yo tarareaba incomprensibles melodías
anticuadas. Tú tan sólo sonreías atontada.
- ¿Qué pasa?
- Nada–me dijiste-. Me haces gracia.
- ¿Qué pasa?
- Nada–me dijiste-. Me haces gracia.
No solía contestarle casi
nunca. No a esas cosas. Nos pasaban a menudo.
El tiempo nos comía bajo el
humo denso que salía de tu boca. Y la ventana abierta parecía una sonata de
Scarlatti. Los minutos que pasaban asustaban a los que quedaban por venir, y a
punto de rompernos te miré a los ojos.
- Algún día me odiarás, justo antes de saber que me querías demasiado. No querrás volver a verme…
- Algún día me odiarás, justo antes de saber que me querías demasiado. No querrás volver a verme…
No me contestó. O no en
palabras. Con esa tímida sonrisa al óleo me besó en los labios, apretándolos
contra los suyos, afirmando la obviedad. Nos asustamos con los ojos rojos, y
como Byrd, disfrutamos de la propia Fantasía.
Las camas separadas eran
pobres y pasaban frío, envueltas en viejas mantas de color longevidad. La
lámpara de gas nos adormilaba con su fuga, y su luz, tenue y apagada, hacía de
tus sombras una obra de Picasso.
Recorríamos fronteras con
las yemas de los dedos, nos dejábamos llevar. En silencio y apagados
descansabas en mi pecho, apretando fuerte al respirar.
- No quiero que te vayas. –susurraste-. No me dejes sola nunca más.
- Te prometería las estrellas si pudiera, pero no nos servirían de nada tan distantes. Quédate con esto, y si me marcho, aférrate al saber que te quería.
- No quiero que te vayas. –susurraste-. No me dejes sola nunca más.
- Te prometería las estrellas si pudiera, pero no nos servirían de nada tan distantes. Quédate con esto, y si me marcho, aférrate al saber que te quería.
Vivíamos de tarde, a las 6.
Yo esperaba bajo aquellos soportales grises. Tú llegabas puntual de vez en
cuando. Nos mojamos tantas veces que acabamos resfriados, pidiéndole la hora a
los recreos.
Paseando me cogías de la
mano y me soltabas, luego te reías sola. Te abrazaba y me metía con tus gorros,
que en el fondo me gustaban. Los vaqueros rotos y
tus ojos diferentes a los treinta, besos empapados en sudor.
Me marché. Y más tarde, te
vi de copiloto en bicicletas para dos.
**********
Jorge Baldomero Ferro Canabal, nacido el 6 de agosto de
1992 en Santiago de Compostela, Galicia, España, es un estudiante universitario
de la EUE Povisa
y el escritor y editor del blog Ferroycamaparados.blogspot.com.
Cuenta a su vez con publicaciones en las revistas: El Importuno,
Amateurs Hotel y Spitting Essence.
Síguelo en: http://ferroycamaparados.blogspot.com.es/