jueves, 13 de septiembre de 2012

Nerea Vergara

                                                   #CUADRO IMPRESIONISTA

 

Otórgame solo libertad en mis manos. Permite que puedan deslizar el carboncillo sobre la tela.
Una línea curva traza el contorno de mi criatura, mientras tú observas con esa mirada única...
Estamos creando juntas, porque con tu mirada, con tus besos, también construyes una realidad en dos dimensiones.
Difumina el negro azabache de las líneas. Las puntas de nuestros dedos están aquí para jugar una nueva partida.
Pásame la paleta, está junto a ti.
"¿Qué pintas?" Descubro tu sonrisa infantil por encima del hombro.
"A nosotras..." respondo, "tú y yo como ahora, para que este momento nunca se detenga"
Y las pinceladas volaban sobre el lienzo. Y tus manos sobre mi cuerpo. Cada caricia, una gota de pintura.
El sol del Norte, pálido y tenue, se colaba tras las ventanas.
"Es como si estuviésemos en el cielo" te oigo susurrar, a mi espalda.
Pintura empastada, pinceladas gruesas que mis ojos deben mezclar. El olor a trementina empapa cada esquina de tu cuerpo.
"¿Ya nos ves?"
"Siempre nos veo"
Y tu mano se perdió en rincones insospechados. El pincel se precipitó al suelo, dibujando un círculo de pigmento y aceite.
¡Es maravilloso encontrarnos en un rincón! ¡Cada día, cada segundo!
La paleta sobre la mesa, mi mano impregnada de violeta y amarillo dibujó una línea entre tus senos. Nuestros cuerpos eran hogueras, y las llamas parecían pinceladas de Van Gogh.
Volviste a mirar el cuadro.
"¡Es maravilloso encontrar el alma reflejada en un lienzo!”

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Nerea Vergara: nací en Santa Mª de Tebra (Galicia) el 31 de diciembre de 1991. Soy una devoradora de absolutamente todo lo que tenga letra o palabras; y tal vez poseo cierto talento para regurgitarlas después…

- Muy ocasionalmente publico en escribeya.com/naovg

 

lunes, 13 de agosto de 2012

El Gran Gigante Bonachón (pseudónimo)


#SIN TÍTULO


            Mateo es el tipo de adolescente “perfecto” para la sociedad. Ama el deporte y está en muy buena forma, es buen amigo de sus amigos, amable, simpático e inteligente. No va demasiado de fiesta, y cuando lo hace controla lo que bebe. No se droga y no se mete en problemas. Ayuda en casa e intenta ayudar a otras personas siempre que puede.  Es sincero, tolerante, honesto, responsable y respeta siempre a los demás. Además es creyente y practica su religión yendo al templo de vez en cuando, orando en casa y llevando una vida acorde a los valores y principios que le han enseñado.
            Un día mientras paseaba por las afueras de su pueblo, vio un rosal precioso en lo alto de una colina. El acceso a él no era demasiado difícil, y sin embargo nadie había cogido ninguna de sus rosas. Se quedó un rato mirándolo y aunque tenía ganas de quitarle una de las flores finalmente decidió irse, pensando que no estaba bien coger lo que no era suyo sin permiso. Unos días más tarde volvió a pasar por el mismo sitio y allí seguían todas y cada una de las rosas de la vez anterior. Aquellas que antes estaban abriéndose, ahora lucían en todo su esplendor; mientras que las que aún estaban cerradas la primera vez comenzaban ya a mostrar sus hojas al hermano Sol. Mateo tenía unas ganas enormes de conseguir una de ellas, pero de la misma manera que el primer día, decidió seguir su camino, aceptando que nunca las conseguiría.
            Pasó por allí muchos más días hasta que una tarde paró su bicicleta, la dejó tirada en el suelo y comenzó a escalar la pared que le separaba de la planta. Se manchó los pantalones y se lastimó en las manos, pero consiguió acceder a lo más alto de la colina. Para su sorpresa, al lado del rosal había un monje vestido con el hábito del monasterio cercano a su casa, sentado sobre una manta estirada en la hierba y con los ojos cerrados. Desde allí tenía una vista privilegiada del valle y sus alrededores, pero para verlo a él había que escalar hasta la cima. Mateo se quedó quieto, sin saber qué hacer, mirando a aquel hombre, cuando pasados unos segundos éste dijo: “Ya has aguantado más que la mayoría. Casi todos los que vienen a por una flor se van nada más ver que hay alguien vigilando el rosal”. El chico era incapaz de articular ni una sola palabra del shock que le había producido encontrarse al hombre cuando iba a robar una flor y que le estuviera hablando aún con los ojos cerrados.  “Siento haberle molestado, y le pido disculpas por intentar robarle una de sus flores” fue todo lo que alcanzó a decir. El monje, sin mover ni un pelo, le respondió: “Puedes coger tantas flores como quieras, pues son fruto de nuestra madre Tierra y ella no te pedirá nada a cambio. El único aspecto que debes meditar es si prefieres llevarte una de estas rosas que yo he regado, podado y mimado, o plantar un rosal en tu casa y verlo crecer, cuidarlo y poder tener el orgullo que yo tengo de hacer a muchos hombres escalar una colina para llevarse una simple flor”. Sin más, Mateo le dio las gracias y se fue colina abajo con la convicción de poner en su día a día las buenas acciones que, aún por el camino más largo y difícil, le dieran la satisfacción del trabajo bien hecho y  llenaran su vida de paz y felicidad, justo lo que tenía aquel monje.

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El Gran Gigante Bonachón: nacido en 1991 en algún lugar del norte de Galicia. Estudiante de Medicina en Santiago de Compostela, pero gran amante de las letras. 


sábado, 11 de agosto de 2012

Fátima Gómez Brey

#SIN TÍTULO


Estás aquí, de pie frente a mí, pidiéndome con la mirada una explicación. Yo, sentada en una silla en medio del salón, lucho con mis emociones para que no me traicionen cuando te mire a los ojos. Desolado, roto por la culpa, por la pena, por el dolor o por lo que sea que llevas dentro, me sigues mirando y justo ahora, cuando mis ojos se encuentran con los tuyos, una punzada de dolor me hace trizas el corazón y mi conciencia no se calla “¿qué has hecho? ¿qué estás haciendo?” Y entonces, trato de encontrar la respuesta a esas preguntas. A la que me formula mi fuero interno, a la que tu mirada me obliga a responder. Logro mantener mi mirada en la tuya por unos segundos, el tiempo suficiente para darme cuenta que no solo estoy arruinando mi vida, sino también la tuya. Y quizás, la de alguien más. No supe guardar silencio, no supe ver que cuando los secretos salen al descubierto abren heridas, hacen daño. No supe aceptar que había perdido incluso antes de librar mi batalla. El amor pudo más, y me hizo hablar. Y ahora… ahora me arrepiento. Me arrepiento al ver tus ojos empapados, tu mirada desolada. Me arrepiento al darme cuenta que ya nada volverá a ser lo mismo, aunque yo te ame con todo el corazón y tú… yo no soy quién para hablar de tus sentimientos. Ya no soy nadie. Así lo decido hoy. Ahora.
Sigues aquí, con tu mirada fija en mí. El silencio, un silencio incómodo, cargado de tensión, de dolor, de culpas y de incertidumbre es palpable en el aire. Te acercas sigiloso, empapado de dolor, de ese dolor que yo, con mi silencio y mis palabras a media voz, te estoy provocando. Te acercas, cada vez más y yo, cobarde, incapaz de soportar tu cercanía, me levanto y te doy la espalda justo en el instante en que puedo respirar tu aliento en mi boca. Así, de espaldas a ti y sintiendo tu dolor en mi pecho, pronuncio estas palabras que jamás hubiera querido pronunciar y que tanto tiempo he tardado en ordenar en mi cabeza “No puede ser. Esto no puede ser… Lo supe desde siempre, desde el principio. Lo supe desde que tú comenzaste a vivir sin mí, sin voltear siquiera a mirarme, pero me empeciné en creer que había una posibilidad… una posibilidad que no existía, que yo misma me creé en la mente. Te arranqué de tu felicidad, sin comprender que, en ocasiones, ni todo el amor del mundo es suficiente. Te arranqué de esa vida que habías construido sin mí para tratar de hacer realidad mis sueños contigo. Y me equivoqué. ¿Si me quisiste o no? ¿Si me quieres todavía? No… no lo sé, y tampoco quiero saberlo. Prefiero quedarme con esos momentos que yo misma provoqué, que yo misma creé, con esos momentos que viví contigo en un afán de creer que era posible un amor de novela entre nosotros. Fui egoísta. Lo fui en el instante en que decidí hacerte partícipe de mis sentimientos sin importarme que alguien más habitara en los tuyos. Fui egoísta después de más de tres años callando, llorando y sufriendo en silencio, convenciéndome de que tu felicidad estaba por encima de la mía. En un segundo, mi “chip” cambió y decidí lanzarme al vacío, aventurarme a ser ignorada. No recibí respuesta inmediata y tampoco obtuve respuesta en los meses que siguieron a mi confesión. Sucedió un día, cuando menos lo esperaba, cuando ya no creía que ese mensaje sirviera de algo. Te encontré por una casualidad que para mí fue causalidad, cuando caminaba por la calle. De frente, con una sonrisa tímida, algo raro en ti, me diste el empujón que necesitaba para hacer eso que tantas veces soñé: lanzarme a tus brazos y darte el abrazo más sentido de toda mi existencia. Me quedé ahí, abrazada a ti, dudando todavía, hasta que tus brazos rodearon mi espalda y  comprobé que no era un sueño, que algo había cambiado. Temerosa, rompí poco a poco el abrazo para acto seguido encontrarme en tus ojos. Ahí comenzó lo que nunca debió de haber comenzado. Ahí comenzó una historia que siempre soñé vivir, cuyo final no hubiera adivinado nunca. Ni en la peor de mis  pesadillas. Y lo peor… lo peor es que yo misma estoy, en este instante, poniéndole fin a algo que era, que es aún hoy, el mayor de mis sueños. Pero ya, no puedo permitir que tú sigas aquí. Quizás lo más correcto sería que escuchase primero lo que tengas que decirme, que te permitiera desahogarte y decirme en la cara lo que piensas, pero no. Nuestros caminos se separan aquí, deben separarse aquí. Esos caminos que nunca debieron cruzarse…”  Una lágrima cae. Eso no, eso nunca lo he pensado ¡nunca! Pero tengo que lograr que te vayas, que te desencantes. Yo rompí tu historia, la que estabas escribiendo con ella, y ahora rompo la mía para que tú, para que tú y ella podáis continuar la vuestra sin mi egoísmo manchándolo todo. Pagaré mi egoísmo del pasado con dolor, con el dolor amargo de saber que nunca más podré hablar contigo con confianza, con esa confianza que nació de pronto, sin esperarlo. Con el dolor inmenso de saber que esos sueños, uno especial, que quisiera cumplir contigo, se quedarán guardados en mi corazón esperando a que el polvo los lance al baúl de los recuerdos.
Siento mi mirada fija en mí y es ahora, cuando decido voltearme para, de una vez por todas, ponerle fin a esto. A tu dolor, a mi dolor. “¡Vete! Continúa tu historia, llena tu vida de sueños cumplidos, de sonrisas y lágrimas de emoción. Y, por favor, bórrame para siempre. Bórrame y olvida todo el daño que te he hecho, y el que te puedo estar haciendo también. No pretendo que olvides para perdonarme, porque ni yo misma podré perdonarme nunca. Solo quiero que tú, que tú seas feliz. Que encuentres de nuevo esa felicidad que yo te robé.” Una última mirada fija en tus ojos empañados y vuelvo a darte la espalda. Me muerdo el labio al tiempo que las lágrimas amenazan, pero me contengo. Cierro los ojos y espero. Suspiras, sollozas. Un paso, otro. Te detienes. Siento de nuevo tu mirada en mí. Un paso, otro. Y tus pies ya no se detienen. Mi corazón se agita y… ¡pum! Un portazo. Silencio. Se acabó. Se terminó. Yo terminé con todo. Con tu dolor, con mi sueño. Aquí, con los pies clavados en el suelo, me asalta una pregunta: Si yo no te hubiese obligado… No. No pensar, no volver atrás. Todo se acabó. Todo.
Lágrimas. Corazón que explota.
Segundos que corren, minutos que pasan, horas que se van.
Un mes en el calendario. Otro. Tacho otro más.
El tic tac del reloj no se detiene. Tic, tac, tic, tac. Uno, dos. Tres, cuatro.
Cinco.

Cinco años después… Cinco años después de ti…

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Fátima Gómez Brey: nací el 25 de junio de 1993. Escribir es mi pasión, y mi mayor deseo es que a la gente le guste lo que escribo. He ganado varios concursos literarios durante mi paso por la secundaria y en el curso 2012/2013 empezaré el grado de Lengua y Literatura españolas en la USC.
- Fátima escribe en:  http://laberintosdeldestino.blogspot.com.es/

sábado, 16 de junio de 2012

Anónimo


Miro por la ventana. Cielo azul, y unas pocas hojas marrones en los árboles.
Miro al frente. Decenas de compañeros en clase, y el profesor explicando.
La mayoría toma apuntes, otros leen el periódico, alguno que otro dormita. Pero hay uno de ellos que ni atiende, ni lee el periódico, ni duerme. Pero en realidad está haciendo una curiosa mezcla de las tres: parece que toma apuntes, aunque escribe algo que nada tiene que ver con la clase; no lee el periódico, pero por su culpa está escribiendo; y no duerme, pero escribe un sueño.

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Anónimo: compostelano del verano del 92. Este tipo de cosas le gusta hacerlas sin que se sepa quien es. La seguridad del anonimato le permite ver las reacciones objetivas de la gente que lo conoce (y  también de la que no lo conoce).

viernes, 25 de mayo de 2012

Pablo Fernández Mato

¿Qué más te da?

Últimamente siempre me siento en mi silla de escribir, delante de la mesa de pensar, en frente a la ventana de llorar, y miro a través de ella.
Últimamente siempre llueve, siempre está nublado y siempre es de noche. 
Fumo y fumo, supongo que tratando de ayudar a que la niebla tenga más fuerza y entereza que yo y me ayude a ocultarme de las calles, de las farolas, de los coches.

Si además ya nunca salgo a pasear, 
que más da que haga frío.
Si además no existe tal vacío, 
que más da querer saltar.

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Pablo  Fernández Mato: nací en 1991 en Santiago de Compostela. Estudio en el Centro Superior de Hostelería de Galicia. 

- Síguelo en el blog que escribe desde Enero de 2011:  http://apropositodehacerlomal.blogspot.com.es/

viernes, 11 de mayo de 2012

Sebastián Blanco Portals


El Experimento
 
   Me han encerrado en una habitación oscura. Las paredes son tan negras como el extenso océano, al igual que el suelo y el techo. Ha sido acondicionada previamente de forma que ningún ruido del exterior pueda alcanzarme: es el más perfecto remanso de paz al que jamás he sido destinado.
   Por fin puedo pensar aquí, y no pensar en nada al mismo tiempo. No hay nada que me estimule. Oscuridad total. El único sonido que percibo es el que produce mi corazón al latir. ¡Qué hermosa tranquilidad! Levanto mis pies del suelo al ritmo de la música inexistente y camino hasta que me choco con la primera de las paredes: sin duda, es un espacio cerrado.
   Retrocedo entonces unos pasos y me imagino en el centro mismo de la estancia, donde tomo la decisión de acostarme. El suelo está frío, y mi interior se agita de pronto al rozarlo con las yemas de los dedos. Es liso y firme, suave, perfecto. ¿Serán en verdad las paredes negras o simplemente habrán apagado la luz? La duda me inquieta.
   Cojo el lápiz que llevo en el bolsillo y me pongo a escribir. Palabras inconexas, incoherentes pensamientos que brotan de mi mano. Escribiré por toda la pared hasta que choque con la contigua, y entonces seguiré escribiendo en esta. Nadie podrá leer nunca lo que he escrito porque las paredes son negras, ¿o no hay luz?
   Me miro los pies y no veo nada: es la luz la que falta. El testimonio de un pobre loco podrá ser visto en cuanto alguien encienda una cerilla. Un momento… Siempre llevo cerillas encima. Me dispongo a encender una, pero la caja se me resbala al cogerla y cae. Arrodillado, las palmas de mis manos tantean el suave, firme, liso pero frío suelo. No hay rastro de los fósforos. Sigo mi búsqueda a ciegas, y de pronto mis dedos se encuentran con algo diferente. Parece metálico y tiene forma cilíndrica. El índice corretea con el corazón hasta alcanzar la parte superior del objeto, e inevitablemente se introducen en él: es un bote de pintura.
   Mi mano está manchada y mi cuerpo no tarda en seguir su rumbo. Me quito la camiseta lentamente, y la dejo caer a la vez que me deshago de mis pantalones. Ahora la ropa interior. Estoy desnudo de vestimenta y desnudo del mundo. Es hora de desnudar también mi alma. Llevo las dos manos hasta el extraño intruso y las baño. Las encamino ahora a mi pecho descubierto y traslado la pintura de una parte a otra. Me toco todo el cuerpo hasta estar completamente cubierto de color, pero ¿qué color? Me gustaría saber si es azul lo que me cubre o es rojo. O negro, negro como el aire de la habitación. Pero no puedo saberlo así que me limito a pegarme a las paredes, y me restriego dejando mi huella en todo aquello que toco. Mis pies marcan el camino que sigo. No puedo parar de correr de un lado a otro llenándolo todo de esmalte. Vierto ahora el bote completo por el suelo, y ya he perdido el lápiz.
   Acostado una vez más, tras el breve momento de euforia, disfruto del silencio y la oscuridad. Pero el silencio se rompe y oigo algo, un leve murmullo, un sonido apenas perceptible que se diferencia de mis latidos: alguien está hablando. Habla demasiado bajo o está excesivamente lejos, pero habla. Cada vez habla más alto y claro, y empiezo a comprender lo que dice. Oigo tu nombre. Sea quien sea quien dice tu nombre. En el más absoluto silencio lo único que escucho es la misma maldita palabra una y otra vez.
   Me pongo a gritar y a agitarme, tirado sobre un manto de pintura. Quiero que pare, pero cada vez el volumen es mayor y apenas oigo mis propios quejidos. Empiezo a correr de nuevo y me golpeo contra las paredes. Necesito salir de aquí, quiero que acabe esta pesadilla. Y sigo escuchando tu nombre.
   En medio del éxtasis y la confusión, se abre una puerta al fondo y se enciende la luz de la habitación. Dos hombres entran y consiguen agarrarme para sacarme de allí. A lo largo de las paredes, blancas, un solo nombre. La pintura es negra. El experimento ha fracasado.

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Sebastián Blanco Portals: nací en 1994 en Santiago de Compostela. Actualmente, estudio segundo de bachillerato en el IES Rosalía de Castro, donde he ganado el primer premio de Narrativa el curso pasado. Algún día me gustaría poder dedicarme a la dirección cinematográfica o, en su defecto, a cualquier forma de arte. Adoro la literatura en todos sus aspectos y mi novela favorita es La muerte en Venecia, de Thomas Mann. Tengo una extraña obsesión con las jaulas de pájaros y los búhos.

viernes, 13 de abril de 2012

Jorge B. Ferro

Qué lejos nos quedaba el olvido. Qué pronto se hacía de noche.
Habíamos probado a pasar las horas pensando, los dos en silencio, queriendo besarnos. Yo a tu derecha, mirando aquel estropeado mueble de los años 60,  y tú con los ojos cerrados, esperando un abrazo.
La espera se nos hizo eterna, y el silencio, abrumador. Yo tarareaba incomprensibles melodías anticuadas. Tú tan sólo sonreías atontada.
     - ¿Qué pasa? 
     - Nada–me dijiste-. Me haces gracia.
No solía contestarle casi nunca. No a esas cosas. Nos pasaban a menudo.
El tiempo nos comía bajo el humo denso que salía de tu boca. Y la ventana abierta parecía una sonata de Scarlatti. Los minutos que pasaban asustaban a los que quedaban por venir, y a punto de rompernos te miré a los ojos. 
     - Algún día me odiarás, justo antes de saber que me querías demasiado. No querrás volver a verme…
No me contestó. O no en palabras. Con esa tímida sonrisa al óleo me besó en los labios, apretándolos contra los suyos, afirmando la obviedad. Nos asustamos con los ojos rojos, y como Byrd, disfrutamos de la propia Fantasía. 
Las camas separadas eran pobres y pasaban frío, envueltas en viejas mantas de color longevidad. La lámpara de gas nos adormilaba con su fuga, y su luz, tenue y apagada, hacía de tus sombras una obra de Picasso.
Recorríamos fronteras con las yemas de los dedos, nos dejábamos llevar. En silencio y apagados descansabas en mi pecho, apretando fuerte al respirar.
     - No quiero que te vayas. –susurraste-. No me dejes sola nunca más.
     - Te prometería las estrellas si pudiera, pero no nos servirían de nada tan distantes. Quédate con esto, y si me marcho, aférrate al saber que te quería.

Vivíamos de tarde, a las 6. Yo esperaba bajo aquellos soportales grises. Tú llegabas puntual de vez en cuando. Nos mojamos tantas veces que acabamos resfriados, pidiéndole la hora a los recreos.
Paseando me cogías de la mano y me soltabas, luego te reías sola. Te abrazaba y me metía con tus gorros, que en el fondo me gustaban. Los vaqueros rotos y tus ojos diferentes a los treinta, besos empapados en sudor.
Me marché. Y más tarde, te vi de copiloto en bicicletas para dos.

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Jorge Baldomero Ferro Canabal, nacido el 6 de agosto de 1992 en Santiago de Compostela, Galicia, España, es un estudiante universitario de la EUE Povisa y el  escritor y editor del blog Ferroycamaparados.blogspot.com. Cuenta a su vez con publicaciones en  las revistas: El Importuno, Amateurs Hotel y Spitting Essence.

Síguelo en: http://ferroycamaparados.blogspot.com.es/